domingo, 19 de noviembre de 2017

Gato por liebre


Ayer tuve la oportunidad de asistir a un coloquio que organizó el Club Taurino de Arnedo con el matador de toros Ginés Marín. De lo que allí se habló podríamos decir que "nada nuevo sobre la faz de la tierra". El torero, mejor dicho, su forma de torear, me gusta, tiene las ideas claras, se expresa de forma concisa y coherente, pero no "engancha". Me explico: no se trata de una personalidad arrolladora que dé un titular en cada frase que pronuncia ni que ponga un énfasis especial a la hora de hablar del sentimiento del toreo. 
En la parte negativa de sus comentarios situaría una afirmación que estoy convencido de que es fruto de la irreflexión: "para desarrollar mi toreo necesito que el sitio al que voy (plaza, ciudad) me estimule". Ayer precisamente comentaba Paco Ureña en una entrevista en Tendido Cero que incluso se llegaba a emocionar toreando de salón y sé de buena tinta que no es el único. Como tantas veces afirma mi amigo Pablo, el avión del Presidente puede aterrizar hasta en el aeropuerto más pequeño. Estoy convencido de que como yo, muchos de vosotros que leéis esto habéis sentido que el milagro del toreo alguna vez se ha producido en una pequeña plaza de cualquier pueblo perdido en la geografía taurina.

Pero dicho esto, me voy a quedar con un par de comentarios positivos para el aficionado que hizo Ginés:

Por un lado resaltó la importancia de la técnica tildándola de vital hoy en día, haciendo imprescindible su entrenamiento continuo, pero criticó la ausencia de sentimiento en esas faenas que como aficionado él también ve: perfectas pero carentes de corazón, insultantemente fáciles pero carentes de armonía.

Por otro lado y  en varias ocasiones, indicó que su meta era torear despacio. Sin más, sin mayor explicación y en dos palabras: "torear" "despacio".

Como ya he dicho, para el aficionado tal vez esas palabras pueden resultar obvias puesto que se trata de algo que comentamos entre nosotros, si no a diario, sí con más frecuencia de la que sería deseable y no precisamente por nuestra culpa, pero viniendo de alguien que está "al otro lado" hay que valorarlas y mucho puesto que son toda una declaración de intenciones.

La técnica, el sentimiento del toreo y la despaciosidad (palabra inexistente en el DRAE, por cierto) podríamos decir que componen la santísima trinidad de ese misterio que buscamos cada tarde en una plaza. El orden es aleatorio porque los tres, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son uno e indivisible. Lo que para la Iglesia es un dogma, para el hecho taurino es una aspiración, casi una quimera, porque como afirmó hace poco mi amigo Diego, el toreo ha de ser imperfecto, pero esa imperfección lo es en tanto que también es una aspiración a todo lo contrario.

Así que después de todo, parece ser que Ginés Marín ayer dejó un importante aviso para navegantes. Bastante más de medio escalafón nos intenta hacer creer algo que no es y los que ahora empiezan tienen que huir de esa ficción  para ayudarnos a seguir manteniendo viva la llama.

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