martes, 1 de mayo de 2018

Un tal "Pepe Ortiz"




Llevo toda mi vida taurina, que prácticamente coincide con la otra, escuchando  hablar a los mayores de toreros cuyas gestas jamás he presenciado, o si lo he hecho, ha sido a través de un fragmento de vídeo que alguien ha tenido a bien colgar en las redes. Son tantos los nombres de los que han dejado su sangre en la arena, de los que han aportado mucho o poco al arte de matar los toros, que evidentemente conocerlos a todos es imposible, como imposible es valorarlos en su justa medida no dejándolos en el olvido.
Os voy a contar cosas que he leído de un grande, al que conocía de nombre y poco más: José Ortiz Puga "el Orfebre Tapatío". Gracias a unos cuantos blogs de culto y artículos sueltos que he encontrado por internet he conseguido hacerme  a la idea de lo mucho que significó este torero no solo para su país, donde era un ídolo como espada y como actor (antaño pasar del capote al  camerino no era algo inusual), sino para el orbe taurino aunque por lo que he leído en España, donde llevamos demasiado tiempo sin levantar la vista de nuestro ombligo, no fue un torero con tanto nombre como al otro lado del charco como más adelante explicaré.
Los peligros y las virtudes de indagar en la red son infinitos, pero uno de ellos, tal vez el más habitual, es comenzar buscando la receta de la aspirina y terminar contemplando a una mascota tocar la guitarra eléctrica disfrazado de "El Boss". Con Pepe Ortiz me ha ocurrido, me refiero a desviarme a otras historias, pero también he de escribir que a través de él he sabido de la existencia de una institución de origen español que a día de hoy sigue funcionando en México, cual es "la Covadonga", una entidad sin ánimo de lucro que antaño organizaba una importante corrida de toros en el país hermano, destinando los fondos a ayudas de ancianatos y gente necesitada. También he descubierto que la "oreja de oro" no es precisamente un invento moderno y que Ortiz, que tuvo la fortuna de ganarla en una ocasión especial que os contaré, donándola a mi querida "Guadalupana". ¿Que por qué ganó aquella oreja? Pues nada más y nada menos que por un quite que terminó por llamarse, como no podía ser de otra manera "El quite de oro". Os hago un corta pega de una entrada de Ele Carfelo que recoge las palabras del torero describiéndolo:

“…el quite nació esa misma tarde, frente al toro. Me eché el capote a la espalda con la intención de hacer alguna suerte conocida, pero al sentir la arrancada tan intempestiva del toro, no tuve tiempo de hacer lo que pensaba, y me quedé con los pies juntos casi de costado, y dejé pasar al toro, en la forma en que se hace el pase de costado; volví a tirar de mi capote y volví a colocarme del otro lado, dándole la espalda al toro y haciéndolo pasar; ya al tercer lance, tenía perfectamente hecha la suerte. Sin embargo, esa misma noche traté inútilmente de reconstruir la suerte, toreando de salón. Fue hasta la mañana siguiente, cuando lo logré. Para mí, creo que esta suerte es una de las más bellas del toreo, y desde luego, una de las más difíciles de hacer, pues yo mismo apenas la he podido ejecutar en tres ocasiones: en México, el día de la “Oreja de Oro”, la segunda en Granada, España, y la tercera, en Guadalajara, Jalisco”.

Por cosas como la que os acabo de plasmar es por lo que os quería hablar del Tapatío, tal vez el genio más original inventando, investigando y emocionando con novedosas suertes de capote:  Las tapatías, las orticinas, el quite doble también llamado de una forma que a mí me encanta y que es "el quite de las golondrinas".. y de propina el  cambio de mano por detras con la muleta para dar el de pecho también es obra suya del cual he leído que más de uno lo bautizó como el pase tapatío. Curiosamente, frente al toreo de la quietud que preconizaba alguien que compartió cartel con él como fue "El Pasmo de Triana", el toreo de Pepe Ortiz era movimiento, eran galleos, esos galleos que tanto admiramos ahora y que antaño incluso llegaron a caer en desuso por estar mal vistos. Y hablando de Belmonte.., Ortiz debutó en Barcelona un 20 de Junio de 1926 con Juan como Padrino, Ignacio Sánchez Mejía de testigo y toros de Graciliano Pérez Tabernero. Curiosamente, lo que a mí se me antoja como un acontecimiento, para el ABC de la época no fue sino digno de una reseña, pero es más, encuentro artículos en los que en el año posterior se cuestiona, por parte de la prensta taurina española, el mérito del torero para hacerse acreedor a una oreja de oro.
Os remito a la maravillosa hemeroteca de ABC para que vosotros mismos juzguéis los comentarios.
En resumen, uno de los grandes capotes de la historia a los que creo que no se les ha hecho justicia, si bien confío en que alguno de los (pocos) de luces que hoy en día se sigue interesando por suertes "diferentes" nos sorprenda alguna tarde con ese maravilloso quite de las golondrinas. Muchos pagaríamos "un extra" por verlo.
 

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